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domingo, 22 de mayo de 2011

Los sentimientos del adicto - Parte 1

Los sentimientos del adicto




Facilmente se puede vislumbrar que el adicto es una persona que carece de la capacidad de expresar sentimientos, estamos diciendo: carece de la capacidad de expresarlos.

Posiblemente se esfuerce por hacerlo, pero lo que surge de su conducta es que sus sentimientos están tan escondidos que ni siquiera él/ella pueden identificar qué hay dentro de su corazón.



El diablo tiene la atribución otorgada por el adicto mayor de edad, de robar todo sentimiento que muestre quién verdaderamente es el individuo del que hablamos.

Una persona que esconde por las razones que sean, sus sentimientos (y de ahí la

a-dicción de lo que le sucede), hablando tan solo a través de sus hechos, sus actos, que no son en realidad lo que su verdadero Yo siente, esta persona está en un gran conflicto.



El adicto esconde que se ama a sí mismo, no dice que se ama tanto como para despreciar o dejar de lado el amor que puede recibir o dar a su cónyuge, sus padres, hermanos y a Dios.

El hombre de quien hablamos es aquel que lo que mas quiere es satisfacer a su Yo distorsionado y no se detendrá hasta lograr su proyecto. Solo cuando alcanzó su cometido calmará su sed de auto-satisfacción. Es un sirviente de un Yo que demanda cada vez mas de su servicio, y el pago que recibe es una agónica enfermedad de incurable.



El diablo se especializa en mezclar sentidos-emociones-deseos. Resalta, en la mente del adicto los acontecimientos que lo retrotraen a las situaciones del quebranto o la crisis que dio inicio a su adicción.



El hábito que en algún momento fue indeseado, hoy es su sistema de vida, algo de lo que depende para que su corazón continúe latiendo a gran velocidad y le confirma que esa es la norma de vida para sí, sin siquiera permitirle buscar otra.

Perdió la capacidad de “sentir” de manera sana.

Su conducta y el sentimiento viene por lo sensorial, lo que se siente, los sentidos, que están ligados a las emociones y luego los actos.



Una actividad que es regida por un poder que se le otorgó en algún momento, haya sido conciente o no de ello, continuará siendo la locomotora que arrastre una formación a toda velocidad hasta llegar a ese destino que el adicto conoce, que tantas veces lo transportó y lo dejó sin pasaje de regreso, aunque el hombre de quien hablamos puede, con la ayuda incondicional, pero imprescindible de Dios, bajar de ese tren y tomar el que lo traslade al destino que él y Dios quieren. Parece un juego de palabras, pero la conducta confirma que así es, y al carecer de la posibilidad de expresar los sentimientos, siquiera puede hablar a Dios y pedirle que lo ayude.



La falta de sentimientos sanos (concordemos que estamos hablando de la incapacidad de expresarlos de manera libre), hará que su a-dicción también sea hacia Dios, le costará hablar con Él.

La persona de quien hablamos solo habla con sus máscaras, sus ídolos y demonios que le ordenan que cosas hacer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy bueno